MALDITOS SEMÁFOROS TURÍSTICOS

La incertidumbre, últimamente es como el desodorante, nunca nos abandona, la considerable mejora de la situación sanitaria es amenazada continuamente por la aparición de nuevas cepas.

Nuestra dependencia económica de mercados como el británico y de los semáforos políticos dispara desde hace quince meses nuestra preocupación. Rojo, verde, ámbar, colores manejados a la discrecionalidad del decreto-ley, de la conveniencia política, portadores de la ruina, del hambre y de los cierres. Han convertido la pandemia en un juego geoestratégico de potencias e influencias, con migraciones de necesidades y transiciones a ninguna parte. La parte positiva es la solución científica, a corto plazo. La vacunación avanza, dejando generaciones a merced de la farmacéuticas.

Nos obstinamos en la recuperación de la actividad turística, más de un año después la mayoría hemos aprendido que sanidad y economía van de la mano y viceversa, los políticos cómodos en las restricciones han gestionado pésimamente ambas. Desde los palacios de invierno sin contacto con la realidad de nuestras calles, siguen pensando que sus decisiones han sido correctas en su totalidad, esa falta de autocrítica, nos hará repetir los errores cometidos.

Mientras los peatones miramos los semáforos, rojo, ámbar, verde, para poder respirar, trabajar, disfrutar de derechos fundamentales, mirando de reojo el Boletín Oficial del Estado, de la Comunidad, por si ellos mismos cambian las reglas, haciendo trampas en solitario. El Mediterráneo espera, una vez más es el tablero de ajedrez, juegan el interés exterior, las cartas repartidas vienen marcadas. Malditos semáforos, ojala volviesen los guardias urbanos de casco blanco que regulaban los cruces.

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